Nico Mora

fotos © aldo novick
fotos © aldo novick

Empecé a estudiar las Invenciones de Bach, para lograr un poco de independencia. Nunca me salió lo de la independencia. La sensación del estéreo, real, que tiene el instrumento, es increíble. Porque en el piano, está bien, hacés dos cosas distintas pero el sonido todo te llega igual medio junto. En el bandoneón, no. De alguna manera me transformé en Jekyll y Hyde porque claro, la guitarra me pide tocar ciertas cosas por las características del instrumento, que son bien distintas al bandoneón. Y entonces resulta que agarro el bandoneón y soy uno, y agarro la guitarra y soy otro.

Nico Mora

En los últimos meses del año pasado Nico Mora junto a otros músicos como Nico Ibarburu, Eduardo Larbanois, Popo Romano y Pablo Soma formó parte del grupo base que acompañó a varios artistas que interpretaron versiones de Manuel Capella, para el documental GALLEGO, Manuel Capella, rodado en la fábrica Funsa, en el barrio Villa Española, de Montevideo. Durante el mes de febrero 2022, Gustavo Wojciechowski Maca, Fernando Goicoechea y Nico Mora grabaron en el estudio Sondor de Montevideo un nuevo trabajo que será editado por Sondor. Lecturas de Maca, Goicoechea en piano y Mora en Guitarras y bandoneón. Basado en textos del libro Lengua a raz de Maca, editado por Yaugurú. A mediados de marzo Mora viaja a Suiza donde se radicará por un tiempo.

entrevista
José María Barrios
fotos aldo novick

 

Siempre fui guitarrista. Empecé con la guitarra a los 7 años; a eso de los 16 me puse a estudiar en serio porque ya vi que mi carrera de futbolista estaba frustrada. El plan B fue la música. Me dediqué a estudiar en serio. Allá por los 90 largos estaba tocando en la banda de Mariana Ingold y Osvaldo Fattoruso y nos salió filmar una película, con una directora francesa. La película se llamó Transatlantique. Tenía el último papel del reparto pero, bueno, ahí agarré un dinero -todavía no tenía hijos-. Y con esa plata era hacer un viaje o… y bueno, me compré un bandoneón.

Ya conocía el instrumento, me gustaba, pero no para ser bandoneonista. Era como cuando uno tiene un piano en su casa y le gusta tocar cada tanto. No era para dedicarme profesionalmente.
A la semana de comprármelo -el bandoneón es el más difícil de los instrumentos que conozco- conocía cinco notas del bandoneón y tenía tortícolis porque tenía que tocar mirando la mano…

En un momento me había imaginado en ponerme un sistema de espejitos… Bueno, sabía cinco notas de la mano derecha, la que cantaba: La Si Do Re Mi. O sea que para tocar en La menor estaba buenísimo. Y resulta que el grupo Exilio Psíquico tocaba en el Paraninfo y me dicen: “Tenemos un tema que justo está en La menor; vení a tocar”.

Así empezó a rodar la cosa; me entraron a llamar… Ahora hay tremendos bandoneonistas, todos jóvenes, que se tocan todo; pero en esa época, los que laburaban eran tangueros, del paño clásico, no tocaban otra cosa. Entonces me entraron a llamar a mí. Me enloquecía porque me imaginaba la música en la guitarra, la pasaba a la partitura y de ahí trataba de “pegarle” alguna en el bandoneón. Si tenía que hacer un solo, después estaba una semana en cama, porque quedaba muerto. Nunca pensé en hacerme bandoneonista, pero tá, me entraron a llamar y llamar…

 


JB –
O sea que hay un proceso que es autodidacta.

Sí. Intenté estudiar con Néstor Vaz. Ya nos conocíamos; él me conocía como guitarrista y le conté que me había comprado un bandoneón y le dije que quería estudiar. Y me dijo “Venite para casa”. Yo ya había empezado a sacar en el bandoneón una música que yo había compuesto y me escuchó y me dijo “Yo no te puedo dar clase… Andá y tocá”. Como yo tenía años de docencia, la parte musical, qué notas forman tal acorde, qué efecto… esa data ya la tenía. No la podía aplicar al bandoneón. Generosamente me mostró toda la parte de la máquina del bandoneón y qué hacer en determinadas circunstancias.

Me decía “te puede pasar que esto se te rompa, o se te tranque acá. Pero tocar… andá y tocá”. De esa época me acuerdo la experiencia casi mística… Empecé a estudiar las Invenciones de Bach, para lograr un poco de independencia. Nunca me salió lo de la independencia. La sensación del estéreo, real, que tiene el instrumento, es increíble. Porque en el piano, está bien, hacés dos cosas distintas pero el sonido todo te llega igual medio junto. En el bandoneón, no. Tenía la sensación de que el cuerpo se me abría así, es increíble. Y después, pasa otra cosa que también, de alguna manera me transformé en Jekyll y Hyde porque claro, la guitarra me pide tocar ciertas cosas por las características del instrumento, que son bien distintas al bandoneón. Y entonces resulta que agarro el bandoneón y soy uno, y agarro la guitarra y soy otro.


JB - Después de ese proceso y después que te metés en el bandoneón, ¿tenés alguna referencia? Ya sé que Piazzolla le llega a todo el mundo…

Sí claro; Di Matteo… Néstor también.

JB - Marino Rivero…

También. En una época fui vecino y yo chusmeaba desde la vereda; tocaba mucho Bach y me encantaba. El bandoneón es terrible instrumento para eso.

JB - En los últimos años hay una explosión -no solamente de buenos bandoneonistas-, sino también de gente que está experimentando.

Claro. También fue por eso que me empecé a quedar un poco sin laburo, porque no era el único que hacía esas cosas. Empezó a aparecer otra gente, divino, que hacía cosas buenísimas. Leo Gasso en un momento pasó por casa a estudiar improvisación, armonía en el bandoneón… Me encanta lo que está haciendo el loco…

JB - El bandoneón lo asociamos con el tango.

A mí siempre me encantó el tango. Pero no toqué en el bandoneón mucho tango clásico. Me encanta, pero… Ya está hecho. No me atrae mucho recrear… Escucho a Federico, a Troilo…

JB - Es como que digas a Duke Ellington lo vas a seguir escuchando, a Parker…

Claro. Con esto de las redes, algunos alumnos que sé que tienen una veta personal importante para desarrollar, una identidad que recorrer, un camino personal que transitar y suben videos estudiando un solo de Parker, por ejemplo… No! Bueno, igual son valores que cada uno tiene… Por suerte ya hay… como que la semillita germinó y empezaron a tomarse el tiempo también de desarrollar las cosas nuevas, lo que cada uno tiene para decir. A mí me encanta escuchar todo lo clásico… por ejemplo, ahora estoy escuchando mucho a Salgan y De Lío, pero yo no voy a tocar eso; escucho folclore y también me encanta… Ojalá tocase como B.B. King que toca cinco notas y dice todo el tipo y a mí también me re-emociona…

JB - Además, es despegarse un poco de eso que uno lo tiene en el oído y que decís “si sigo en esto, muero en esto”.

¿Y vos qué hacés? Hay un concierto donde toca Leo Maslíah y otro concierto donde hay uno que toca Leo Maslíah, ¿a quién vas a ver? A Leo Maslíah. También me pasa que… una cosa importante en el vínculo con la música es que no es sólo la parte “acrobática”, es también una historia de desarrollo personal de autoconocimiento, de profundizar en las emociones, de reconocerlas y de experimentarlas a través de ese lenguaje. Entonces me parece como muy liviano el no atreverse a sumergirse en uno mismo, en encontrarse…

JB - Es como que hables con las palabras de otro.

No es renegar de lo que hacen otros, o decir “Uy esto lo tocó fulano, no lo voy a tocar”. No; si me gusta, lo toco. Hablo de sumergirse en lo que le pasa a uno, de lo que cada uno experimenta sus propias emociones y qué es lo que tengo para decir.

 

 

JB - Pienso que también te abre la cabeza vincularte con otra gente; pienso en Galemire…

¡Sin duda! Se me pone la piel de gallina... Galemire era un ídolo total. Yo lo conocía, él a mí no. Una vuelta, que estaba en Madrid, lo contacté. Le dije que venía de Uruguay, que era su fan, que quería conocerlo. Y fui a su casa. Nos hicimos amigos enseguida. Yo lo escuchaba en casetes… era fan. Me pasó con muchos eso, por suerte.

JB - En esa aparente simplicidad que tenía, era una complejidad brutal.

¡Total! Además, era un tipo tan elegante tocando, que no se podía creer. Despegado.

JB - ¿Cómo te metías en la música de Galemire?

Con el Gale era muy natural para mí tocar con él. Ni siquiera era que tenía que estudiar mucho… Es más, hay músicas que realmente no sabía bien qué armonía estaba haciendo él; la disfrutaba y me metía. No era “ah, ahora viene un Do, ahora viene un La…”, no, no sabía. Hay unos videos que se filmaron en la casa donde yo toqué en un par de ellos, él dice “Esto está en Re”. Era así; era “¿a ver, en qué tono está?”. Tá, y yo ya me sumergía, escuchaba lo que pasaba y tocaba. No era que tenía una partitura. Es como que lo conocía de toda la vida; ya le conocía el alma. No porque tocáramos los temas que yo le escuchaba de los casetes, sino porque él me conmovía tanto… que era como que tenía que ser yo mismo. Tenía una elegancia para cantar y para acompañarse con la guitarra rítmica que tenía que… no sé, yo no puedo tocar eso. Increíble.

JB - Y ahí el bandoneón entraba como en la paleta de colores…

Sí; él me daba libertad para eso. Yo decía “esto lo toco con bandoneón”. Aunque era más guitarrista, igual.

JB - Pero las partes que hacías con bandoneón también era como que te metías en ese mundo Galemire.

Sí, sí. No probaba nada. En ese tema del video del que hablé, que yo toco el bandoneón, al final él me dice “Viste que era en Re”. También, sentía que él se gozaba con lo que yo hacía. Yo, que estaba todo hecho pichí encima por compartir música con él, que él disfrutara de lo que yo le daba era… imagínate cómo la pasábamos.

JB - De ahí a los tríos que has formado, por ejemplo, con Goicoechea… Es dentro del mismo lenguaje, pero apunta a otra cosa.

Sí; el trío con el Goico, que se llamaba Tango Marciano -que era con el Goico y el Cheche-… En realidad, al principio empezamos a tocar junto con un espectáculo de danza que se llamaba Ser o no ser, donde también participó Maca. Se hizo mucho en el Victoria, en varios lados. Ahí hacíamos música en vivo. Empezamos tocando más que nada composiciones del Goico que él había compuesto para ese espectáculo. Y después seguimos tocando. Y se fue dando todo. Después dejó de tocar el Cheche, nosotros seguimos tocando a dúo, a veces volvía el Cheche…

En la filmación de Agadu está el Cheche en algunos temas. Sí, con el Goico es como una historia especial. Estoy muy agradecido de haber encontrado un socio así. Porque es como el ying y el yang. Somos distintos, pero nos encontramos. Y tenemos también una forma de manejar las estructuras de las músicas, que a mí me atrae mucho, que es que de repente hay un tema definido, pero si en determinado momento se abre una puerta, ya sabemos que vamos para ahí, no sabemos a qué. Son esas magias que supongo tienen que ver con que por suerte tocamos mucho juntos durante una época, entonces nos dio mucha confianza.

JB - Una sintonía que pocas veces se da y hay que saber cuidarla.

Claro. Eso también es una cosa de la ética desde dónde uno toca. Es un poco lo que pasa -en general- en el jazz como lenguaje. Porque si bien la estructura de la música es que si bien o el que toca la melodía canta y después el solista que pasa a tener ese rol… Aunque eso no fue desde siempre; antes, al principio del jazz “soliaban” todos juntos. Después el be bop hizo que…

JB - Sí, se empezaron a separar.

Hay un tipo que está haciendo el solo y los demás tocan en función de eso. Pero igual, dentro de ese lenguaje, uno está preparado para proponer y seguir lo que está proponiendo el otro. Entonces tenés que estar con el rol de acompañar y de cantar, en paralelo. Entrás y salís de un lado… Es muy loco lo que pasa. Uno tiene que estar abierto a que lo único que importa no es el discurso que yo tenga que dar, sino qué es lo que está pasando. Es muy fascinante lo que pasa.

JB - Ahí te tirás al agua.

Sí, tenés que estar abierto, “soltando” todo el tiempo.

JB - Saber cuándo es tu tiempo.

Claro; la música te lo va a pedir. Y ahí tenés que estar.

JB - Goicoechea es lo que tiene; deja espacios y hace como esas texturas…

Es un mago; es único. Lo admiro musicalmente. Como persona, no tanto (risas).

JB - Y ahí ¿cómo entra la voz de Maca?

El Maca entra en cualquier lado; uno no puede dejar de admirarlo.

JB - Es otro instrumento.

¡Totalmente! ES un instrumento. Si yo fuese chino y no entiendo el español, no me importa. Escucho al Maca… imagino músicas y me imagino su voz, no lo que dice, estoy imaginando su forma de decir. Después, resulta que lo que dice también me encanta, está buenísimo y tiene un humor especial, pero que a la vez me incentiva a pensar sobre cosas… y me divierte mucho. A pesar de que es muy serio.

JB - No es sencillo, porque no es acompañar a alguien que recita. Es, en este caso, un trío con roles que interactúan y que a su vez tienen una cosa en conjunto.

Claro. Creo que también como ya nos conocíamos y estuvimos con él en presentaciones de libros, hicimos con él varios conciertos juntos, y también por conocerlo, uno sabe que él también disfruta de eso. Y es importante. El talento no se lo vamos a discutir, no hace falta. Pero a veces, dentro de ese talento también tenés que tener una predisposición a salir a improvisar y ver qué es lo que tengo que dar en el momento. Porque es un riesgo, también. Además, dentro del trío, me parece que es el rol más difícil. ¿Por qué? Porque el va a influir directamente en el ambiente musical. Dentro de las emociones musicales, uno viaja para otros lados. Él, de alguna manera, es el que propone por dónde ir con la música. También con las pausas, los silencios.

 

 

JB - Con la guitarra, ¿con cuál lenguaje te sentís más identificado?

A esta altura, para ser sincero, a mí me gusta improvisar. No es que me proponga, tá voy a tocar blues, o jazz, o candombe. El estilo no me condiciona mucho. Toco lo que me voy imaginando y como que ese recorrido también lo estudié un poco. Me estudié. Ya sólo con tres notas tenés formas diferentes de tocar. No te digo que voy a tocar siempre lo mismo, pero a medida que he tocado distintos repertorios con diferentes artistas y he estudiado diferentes músicas, siempre he tratado de pararme en el lugar del que soy yo el que está componiendo la música, por más que la melodía la haya hecho otro; la hago propia. Entonces, para hacerla propia tengo que poder manejar el que como si fuese mío, cómo lo tocaría.   

Entonces, no sé cómo lo voy a tocar después, pero sé que soy honesto. Puedo sonar un poco complicado cuando me escuchás, pero evidentemente así soy yo, porque a veces me escucho y digo “por qué toqué tantas notas; podría haber tocado…”. También por ese contraste Fernando Cabrera a mí me parece de los mejores guitarristas que he conocido. Le envidio los silencios que tiene, porque me hace tocar a mí con la imaginación. Y yo le escucho todo. Es muy difícil eso.

JB - Siendo diferentes, Galemire y Cabrera son esa gente que aprovecha al máximo las posibilidades que da el instrumento y esa sensibilidad para manejar tiempos, silencios, pausas. Fernando lo que hace a veces es de-construir una canción y la vuelve a construir.

Para mí es muy difícil lo que tocan.

JB - Encuentran esas armonías que decís ¡pah, de dónde la sacó!

Sí, y sin embargo poder hacer canciones de esa onda. Sin embargo, todo el tratamiento que tiene y también todo eso personal que le vuelca, todo eso que hace que, más allá de lo que te haga vibrar, de lo que diga la letra o de qué tanto te guste el estilo de una canción, la forma de construirlo es tan personal que también es muy atractivo, porque si no lo escuchás ahí, es raro que lo escuches en otro lado.

JB - Es más, lo escuchás al otro día y lo hace diferente.

También, sí, ni qué hablar.

JB - Como compositor, ¿quién te impresiona más?

¿A nivel composición? Muchos; ahora me acordaba de Leo Maslíah, por ejemplo. Leo también tiene un recorrido… que no filtra nada, que saca todo p’afuera y entonces hay cosas que son increíbles, genialidades, y otras cosas que son muy sencillas. También con esa personalidad que tiene. A mí me gustan mucho muchos compositores de todos lados. Soy medio parecido a Hugo Fattoruso en ese sentido; me gustan mucho los folclores -Brasil, Venezuela, Colombia, México, Hawaii-. Escucho también mucho jazz, también compositores clásicos. Por eso, cuando tengo ese ánimo, en vez de poner yo una música, o tocarla, prendo alguna emisora que en su programación a veces aparecen cosas que no conocía. Me gustan los taraf of haidouks, los gitanos.

JB - ¿Qué te da la guitarra diferente del bandoneón?

Primero, para lo vago que soy, comodidad; me queda muy natural tocar la guitarra, después de tantos años. A mí me tocó mucho tocarla, no era que tenía facilidad. Sí para las músicas, me acuerdo que de niño sacaba melodías. Estoy pensando que la comodidad en realidad me afecta musicalmente también, porque de alguna manera con el bandoneón estoy bastante más limitado en el instrumento. No lo manejo tan cómodamente, me cuesta un poco más tocar el bandoneón; depende las circunstancias, pero tengo que pensar un poco más, tener mejor puntería con los dedos y no tengo tanta libertad. La guitarra, al conocerla, no me trae mucho conflicto en ir a buscar lo que me imagino. No es que puedo tocar todo lo que me imagino, por supuesto, pero sí me da más comodidad en ese sentido.

JB - ¿Te resulta más fácil componer en la guitarra?

No; ahora, depende… Generalmente, la mayoría de las músicas no van con el instrumento, primero. Después las voy a buscar. Las músicas que compongo ahora las toco un día con la guitarra, otro día con el bandoneón a ver qué me pasa, con cuál me gusta más como queda. He pasado músicas de la guitarra al bandoneón y viceversa. Como improviso mucho, entonces no me pongo con el bandoneón o con la guitarra y decir “voy a escribir una música”. Me pongo a tocar. El papel lo uso cada vez menos. Y como he cobrado siempre tan poco en Agadu no me importa mucho registrar la obra… No creo que deje una herencia por ahí a mis hijos. Y también tiene que ver que soy bastante vago. En el primer disco (Candelino) había hecho todos los arreglos, lo escribí todo, me ensayé todo, escuchaba lo que hacía todo el mundo… Ya no puedo.

JB - De acá en más vas a trabajar en esta perspectiva, ahora que vas a viajar a Europa…

No sé, no sé qué me voy a encontrar. Prefiero ir sin expectativas, que pase lo que vaya a pasar.

JB - ¿Qué es lo que vos sentirías como para hacer como proyecto propio, teniendo las posibilidades?

Ahora… quiero encontrarme con mis hijos. Si tengo que ir a vender huevos, vendo huevos.

 

fotos © aldo novick

 

¿Es la primera vez que vas a Europa?

A tocar ya he ido. A quedarme, sí. Mi situación es difícil ahora. Si pudiera, no me iría. Me estoy yendo por mis hijos. El hijo de 20 años se fue a vivir a Dublín y la más chica está en Suiza. Son lo más importante de mi vida. La niña tiene 9 años, ¿cuánto le queda de infancia? No le queda nada, si no voy ahora… ¿Me voy a seguir conectando por wsp? ¿Qué me importa a mí en la vida? Sí, me gusta la música; Piazzolla no le daba pelota a la familia. Yo no soy así. Yo necesito a mis hijos y ellos a mí. La música no me precisa; disfruto haciendo mi música y todo lo demás, pero…

JB - Es lo que hablábamos hoy. Acá hay un techo. En otros medios, el techo es más alto.

Ni qué hablar. Yo podría, de haber hecho mi carrera en otro lado, tener un dinero que acá no lo tengo.

JB - Pero ponele que llegaras y te dijeran que hay un productor interesado, vos ¿qué querrías hacer?

Y sí, yo tengo mi música a la cual adoro, que si no la toco yo la toca poca gente…

JB - Seguirías haciendo tu música... en un ámbito más profesional, de repente.

En un ámbito. (Risas.) Seguramente lo voy a hacer, me gustaría que pasara, pero no me estoy creando expectativas por ese lado.

Experimentar cosas nuevas con músicos de otros lados, que ya conocés.

La sensación de tocar con los ídolos la conozco. Cuando vine de Buenos Aires de nuevo a vivir acá, toqué con mis ídolos. Ídolos en el sentido de que te daban calorcito acá adentro (se toca el pecho). Me llevaron a trabajar a Argentina y viví un tiempo allá. En una época que estaba muy mal, nos conocimos con Beto Satragni y me rescató.

Cada vez que tocábamos me presentaba como que yo tenía pasaporte del barco. De tanto ir y venir, no hacía mucha cosa ni acá ni allá. Igual siempre quise volver para Uruguay. Lo que pasa que me costó. A la ciudad de Buenos Aires no me adapté nunca. Toqué en todos lados, con gente que admiro, conocí amigos que quedaron para toda la vida, pero vivir ahí… no.

Encima vivía muy lejos del centro, en Devoto, cerca de la casa de Maradona cuando pasó a Boca… Tengo una anécdota con eso que está buenísima. Tenía un amigo que vivía a una cuadra, en la misma calle en la que vivía Maradona. Y un fin de semana, que no pasaba nadie, estábamos jugando al tenis en la calle. Se va la pelotita y justo sale Diego en pantuflas. Nos hizo un espectáculo con esa pelotita de tenis que nos quedamos con la boca abierta; estuvo un rato largo, en pantuflas, dándole a la pelota de tenis para acá, para allá y después la devolvió. Y nosotros nos quedamos como 10 minutos sin poder creer lo que habíamos visto. ¡Qué bárbaro ese tipo!

JB - ¿Cuándo te volvés al Uruguay?

En el ’94. Fue un proceso la vuelta, también. Porque me iba todas las semanas a trabajar allá, a dar clases; después volvía, me quedaba el resto de la semana acá. Mi primer alumno aquí fue el Nico Ibarburu. Después empezaron a venir otros giles (risas) y tá, cuando pude dejar de ir a Buenos Aires, dejé de ir.

JB - ¿Cómo ves el panorama musical acá, ahora?

Te soy sincero, no percibo altibajos en lo artístico. En el trabajo, no percibo altos. Es muy difícil.

JB - Si no trabajás, no creás, no grabás…

Pero acá aparece algo medio mágico, pasa algo medio raro, acá. Ni en Brasil -que tiene una calidad de la puta madre- pasa lo que pasa acá. Siempre me intrigó eso. Hay tan poco trabajo y las condiciones tienen un techo bastante bajo y que la gente se vuelque tanto al arte y de que de eso salgan un montón de cosas increíbles, me parece muy intrigante. El balance… no lo entiendo. Acá muchos tocan muchos ritmos, bossa, jazz, candombe…

JB - Las condiciones que te impone el medio te obligan a manejar…

…un poco de todo! En la formativa eso es buenísimo.

Estando en Buenos Aires, alquilando apartamento, en un momento estaba en rojo, por todos lados y había poco trabajo. Fue en la época en que explotaron las bailantas. Me acuerdo que fuimos con el Maza.
Empecé a tocar en las bailantas. La pasé muy mal; cobré mucha guita. Eran bandas de muchos músicos. Eran shows de 20 minutos, hacíamos cinco por noche, de jueves a domingo. Teníamos un montón de laburo.

También acompañando a otros cantantes hice guita. Agarré un montón de plata, pero yo estaba para el ojete. En un momento me pregunto: “¿qué estoy haciendo?”.

Aparte me llamaba gente para tocar, gente que estaba buenísimo lo que hacían, y yo no podía ir porque coincidían los horarios. En un momento estaba tan mal, tan mal… Dato importante: no tenía hijos en ese momento. Entonces, me cuestioné qué quería hacer.

Como cuento de hadas: tuve una crisis tan profunda que me dije que nunca más iba a tocar lo que no amara, en la que no pudiera ser yo tocando. Tá, se terminó, me voy a vivir a un caño, igual.

Es como que en algún momento sentí que le falté el respeto a la música, algo así. Como que me estaba faltando el respeto a mí mismo. Tuve que aprender a decir que no, también. Ya estaba al día,
había juntado guita. Me puse las pilas y además quería volver a Uruguay. Y me cambió la vida. A partir de ahí nunca me faltó laburo, me llamaron los que admiraba…

Publicidad

728x90 Fi